LA TORTURA

LA TORTURA* Photobucket
*Cuento autobiográfico

Al recostarme incliné la cabeza a la derecha como buscando una última oportunidad de escapar. Muy al contrario, solo vislumbré figuras mounstruosas, entes cornudos cual diablos infernales, con rostros cuadrados y desencajados. Algunos tenían aspecto triunfante, malévolo. Los más, denotaban en la faz tristeza y sufrimiento como si purgaran una condena. El que más llamó mi atención fue un mounstruo recostado, con la cabeza inclinada hacia atrás, y de gesto adusto y apesadumbrado. Sus ojos eran saltones y la mirada era fija. Por obvias razones me identifiqué con él.

Hallabáme ensimismado, admirado (o espantado) de ver tales entes cornudos, cuando de pronto entró en la habitación mi verdugo. – Como verás me gusta el arte –, me dijo. Lo noté desde antes, pues al entrar al recinto fui recibido por una escultura de madera que intentaba ser el torso de un hombre manco. Al igual, noté numerosas publicaciones cuyas portadas anunciaban las últimas manifestaciones artísticas de nuestra civilización. – Es mi verdadera vocación –, me aseguró. Eso no era de ninguna manera un buen augurio.

Mi castigador cerró la puerta de un portazo, y supe que había llegado mi hora. Lanzó una potente luz a mi rostro, para luego tomar dos utensilios que al momento me parecieron salidos de las bodegas de la Santa Inquisición. Los introdujo en mi boca y mi cuerpo se tensó al instante, mi mano izquierda tomó a la derecha, y mis ojos se hicieron saltones por la incertidumbre de no saber mi destino. Ahí estaba yo con la boca bien abierta cuando de pronto el verdugo tomó un aplicador de punta enrojecida como hierro ardiente. Primero sentí un cosquilleo, para luego no sentir nada más. El se apresuró a tomar otro instrumento de tortura. Por un momento di otro vistazo a esos seres torturados a mi derecha, y vi sus ojos saltones, firmes, moribundos. No sentí ninguna diferencia entre ellos y yo. Al sentir un pinchazo cerré mis parpados. Poco a poco la punta del instrumento se introducía más y más en mis carnes. Esto se mantuvo durante varios segundos los cuales parecieron horas. A los pocos minutos dejé de tener control sobre la mitad de mi rostro y ya no pude emitir sonido alguno. El instrumento de tortura cambió, pues ahora era un tubo con punta giratoria cuyo sonido hacia estremecer mis mas arraigadas fibras. El castigo no había ni siquiera empezado.

Así comenzó el verdadero sufrimiento. Si antes había tenido la intención de escapar, mi oportunidad se había esfumado. El taladro me golpeó una y otra vez sin misericordia. Me dolía inmensamente y no podía gritar, mientras mi cuerpo permanecía totalmente paralizado por el miedo. Era un martirio incesante el cual mi cuerpo no terminaba de dilucidar. Por un momento sentía un frió que quemaba, luego piquetes, miles de piquetes como si estuviera atrapado en la mitad de una colmena. Después fueron contracciones involuntarias de los músculos adyacentes al área de la tortura.

Después de mucho sufrir, de pronto el castigo cesó. De mi boca salió un lastimero suspiro que había estado contenido por largos minutos. Abrí los ojos y miré a mi verdugo observándome, como admirando su obra. Estaba ahí parado junto a mi sin decir nada. En su rostro se notaba una ansiedad por continuar el tormento. Era como un lobo hambriento, insaciable. – Aun no termino –, dijo. Al ver venir el castigo, de nuevo cerré los ojos con firmeza. El tormento continuó por segundos infinitos. Una, dos, miles de veces me perforó el instrumento con gran fuerza. Al final perdí la cuenta, pues mi cerebro en el afán primitivo por mitigar el dolor, hacía desfilar en mi mente imágenes apacibles y bellas. Con el mismo objetivo, traté de recitar una sarta de disparates que al momento hacían sentido con el fin de olvidar mi suplicio: – ¡No duele, no duele, no duele! –. Casi logré lo que solo los grandes maestros del espíritu logran: desconectar cuerpo y mente. De pronto un agudo dolor me trepanó el alma con fuerza descomunal, haciéndome volver de golpe a mi triste realidad. Nuevamente tomé conciencia de la lamentable situación en la que me encontraba, penosa y ardua agonía de la cual no podía defenderme.

Por gracias al Señor la tortura no continuó por mas tiempo. El sonido desquiciante de las muchas revoluciones por segundo del infernal aparato había cesado. Mi verdugo me dejó por fin en libertad. Con mucha fuerza me incorporé y caminé tambaleante hacia la puerta. Con un poco de agua enjuagué mi boca y escupí una mezcla de sangre con saliva reseca. Con el rostro aun dormido, di un último vistazo a esos seres cuyo destino había estado ligado al mío.

– ¿No te dolió, verdad? –, me preguntó mi captor al salir del recinto. Yo solo musité que no.

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SOL DE TARDE




“Yo voy soñando caminos de la tarde
las colinas doradas, los verdes pinos
las polvorientas encinas....
¿Adónde el camino irá?
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
La tarde cayendo está...
La tarde cayendo está...”
 
Antonio Machado, "Yo Voy Soñando Caminos"

*Cuento autobiográfico

Habían dado las seis en punto de aquel atardecer de marzo. Con un libro de pasta amarilla como de pergamino en las manos, recitaba una letanía una y otra vez hasta que se quedaba impresa en mi mente. Desde Tenoch hasta Cuauhtémoc, uno por uno salían de mi boca como en procesión, desde el más antiguo hasta el más reciente, todos los tlatoanis aztecas. Sostenía el libro frente a mi tratando de leer, pero las palabras me eran ininteligibles. Sentía un extraño llamado, como una premonición que me impedía concentrarme. Volteaba a mi alrededor ansioso sin saber realmente lo que me sobresaltaba. Fastidiado, aventé el libro sobre el escritorio y miré a mi derecha por la ventana. El sol se empezaba a poner y al ver la escena respiré hondo tratando de calmarme. De pronto volvió a mi esa ansiedad loca y me levanté de la silla como impulsado por un resorte. Como un autómata, dirigí mis pasos hacia la puerta y la abrí de par en par. Al dar un paso fuera de la casa, mis ojos se posaron en un punto, pero sin poder identificarlo a plenitud. Aunque al principio no logré distinguirlo, poco a poco fui hallando el contorno de esa masa amorfa. Estaba ahí parado, debajo del carro de mi madre, pequeño, acechando los alrededores encubierto por las insipientes sombras del atardecer. También pude luego distinguir un pequeño fulgor, que como saeta circular se me clavaba en el cuerpo.

Había llegado sin ninguna antelación, callado y sigiloso, pero de ninguna manera tímido. Estaba fijo, sin moverse, agazapado. Pasados algunos segundos, de nuevo me veía sorprendido por un centelleante brillo, uno solo, que parpadeaba, pero no se extinguía. Me miraba con un único ojo y no lo apartaba de mí. Me acerqué viéndolo firmemente, sin embargo, el mantenía esa postura inquebrantable. Avanzando unos pasos más, pude notar también su figura maltrecha y fea, y sus pelos tan desornados que parecía un espantajo. Noté luego su lomo, flaco y sucio, y después sus patas llenas de tierra y chorreando sangre. De pronto, dio un paso al frente, y yo hice lo propio. Al hacer esto, un resplandor de luz le iluminó el rostro golpeado y arañado. En una cuenca ocular se observaba un rastro de sangre seca, convertida ya en costra. El rastro de sangre iba, como dije, desde la cuenca del ojo, y se extendía hasta la comisura de los labios. Volví mi mirada nuevamente al ojo, el cual ejercía una poderosa atracción en mi. Regresé dentro de la casa corriendo para tomar unas rodajas de jamón para el pobre infeliz. Al salir ahí estaba aún, como si me esperase, quieto, observando cada uno de mis movimientos. Me acerqué y puse las rodajas a unos pasos suyos y, hecho esto, dio un primer paso temeroso, pero mucha debía ser su hambre, pues acto seguido se desbocó sobre el alimento.

Por un tiempo no lo volví a ver por mi casa, pero pasados algunos días retornó. En ese segundo encuentro no fue una sola, sino dos centellas las que me clavaban firmemente la mirada. Noté que la sangre en el rostro aun estaba ahí, pero la herida del ojo había cerrado. Así me di cuenta de mi error, pues no era tuerto como creí en un principio. Me vio a los ojos con firmeza y sin interrupción, tal vez a manera de saludo. Esa tarde la pasó recostado en la banqueta y me di cuenta que había llegado para quedarse.

Con el paso del tiempo, poco a poco se fue generando más confianza entre nosotros. Ciertas veces acariciaba su lomo, aunque esto no le agradaba mucho. Mas bien, prefería quedarse sentado al lado mió, sobre la banqueta, viendo al horizonte con la mirada fija, como perdida. Dormía afuera, debajo de los autos, o en mi ventana. Pocas veces iba dentro de la casa, y cuando lo hacía se mostraba incomodo y nervioso. Pareciera sentirse atrapado, así que nunca lo forcé a entrar. Cada día, al llegar de la escuela me salía al paso. En algunas ocasiones notaba su ausencia. Se alejaba por días, a veces semanas, sin saber yo a donde. Después, cuando menos lo esperaba, aparecía de la nada, sucio, hambriento, golpeado y escurriendo sangre. Llegaba y me miraba, como siempre a los ojos, como si nada pasara, y yo lo recibía con gusto, con una palmada sobre la cabeza y mirándolo firmemente. Iba y venia a placer y yo me sentía incapaz de regañarle. Si estaba mal o bien su proceder, al fin y al cabo era la viva imagen de la libertad, algo universalmente irreprochable.

Las tardes eran por lo regular placenteras. Cada vez que yo llegaba a la casa de la escuela, me sentaba frente a mi escritorio y ahí permanecía horas enteras. El hacia lo mismo, pero por fuera de la casa, en la ventana que me quedaba a un lado, como si me hiciera compañía. Le gustaba recostarse y clavar la mirada cansada en un punto en el infinito. De vez en cuando dejaba los libros y golpeaba con un dedo la ventana para hacerle saber que estaba aún ahí. El solo giraba la cabeza y me veía a los ojos. Luego los cerraba y los volvía a abrir para enfrascarse de nuevo en Dios sabrá que pensamientos. Así pasaron muchas tardes de muchos años en las que siempre se repitió la misma escena. Tan acostumbrado estaba yo a él como él a mí. Su figura formaba ya parte del paisaje y yo no concebía la vida sin el.

Al cumplir la mayoría de edad y llegado el momento de cursar estudios universitarios, tuve que mudarme de casa por necesidad. Obviamente, ambos resentimos el cambio, el alejamiento. Yo volvía los fines de semana al hogar. Me bastaba un silbido para que el supiera que había llegado, y como bólido salía de la nada. Se acercaba a mi, como lo hacía antes, y me miraba a los ojos. Me recibía contento, como si nada pasara, como si no estuviéramos alejados uno del otro, pues el era, antes que nada, un amante de la libertad.

Con el pasar de los años su andar se hizo más lento, y sus ausencias del hogar eran cada vez menos. Su pelo ya carecía de brillo y parecía encanecer. Cada vez que yo volvía, nos sentábamos en la banqueta, al atardecer, como si ambos presintiéramos lo que estaba por venir. Fue un día jueves, un funesto 26 de marzo cuando lo supe. Estacioné mi carro y él no apareció por ningún lado. Trepidante entré al hogar y al preguntarle a mi madre, esta me dio la noticia: se quedó dormido y ya no despertó. Aunque ya lo sospechaba, me negaba a creerlo. Gruesas lágrimas empezaron a brotar de mis ojos sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Salí de mi casa sin saber a donde. Casi me tropecé al tratar de abrir la puerta de golpe. Caminé por la cuadra como un loco tratando de encontrarlo, pero sabía que no lo haría. Lo llamé, murmurando, chiflando bajito, pero esta vez no hubo respuesta. Ahí estaban aun, pero ya desolados, el rincón donde dormía, los rasguños en el tronco del árbol, la ventana donde se recostó tantas veces. Cada una de estas imágenes hacían que mi corazón latiera a un ritmo vertiginoso, mientras mi rostro se inundaba aún más de lágrimas. Más calmado, volví dentro de la casa y me senté en mi silla, frente a mi escritorio al lado de la ventana. Fue entonces cuando recordé haber estado sentado ahí mismo, seis años atrás, el día en que llegó. En ese momento empezaba a colarse por mi ventana la luz del atardecer. Al voltear a ver el reloj, este marcaba las seis en punto.

Total que mas me da, si al fin y al cabo, no era más que un gato...

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PENSAR O ESCRIBIR

"La gente habla de pensamiento pero yo, por mi parte, nunca pienso excepto cuando me siento a escribir". POE Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

LA TORRE

“¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. 
¿Pero por que afirman ustedes que estoy loco?”


El Corazón Delator.
Edgar Allan Poe.


          Todos me creyeron loco cuando conté mi historia. Para mi sorpresa, ni siquiera mi propia madre creyó en mis palabras. – Es tu imaginación hijito –, me dijo con incredulidad, – en esos edificios viejos rechinan las paredes y las tuberías hacen ruido –. Madre al fin, dijo todo esto en un tono de voz que no oía yo desde que era chico, y ocurrióseme que tal vez lo hizo con la intención de estabilizar mi muy dañada salud mental. Sin embargo de poco sirvió, porque el siguiente par de meses representaron para mí una constante zozobra y pena. Constato y doy fe que lo que relataré es totalmente cierto.


          Trabajaba a la sazón en el edificio llamado Texas Tower, justo en el centro de El Paso, localizado a una cuadra de la plaza San Jacinto, popularmente llamada de los lagartos. Las primeras piedras del edificio se edificaron en la década de los 30’s en el siglo pasado. Edificio glorioso en el pasado de Texas, en sus buenos tiempos fue el más alto en todo el suroeste de Estados Unidos. Aunque sigue aun en pie, sus muros reflejan el paso del tiempo. El que fuera en sus inicios el hogar de uno de los bancos más importantes, alberga ahora el espacio de pequeñas oficinas y comercios.


          Me desempeñaba yo como trabajador de medio tiempo en la oficina de los servicios educativos de LULAC (League of United Latin American Citizens), en el cuarto piso del edificio. Realizaba yo desde reparaciones y mantenimiento a las computadoras, hasta funciones de archivero, mensajero, recepcionista, carpintero, cobrador, cartero, y demás linduras que se les ocurrieran a mis jefes. Dado que mis clases eran por la mañana, llegaba yo después de la hora de la comida, a eso de las dos de la tarde, y permanecía ahí hasta entradas las seis. Mis dos supervisoras inmediatas, al igual que la secretaria, esperaban con ansias las cuatro de la tarde, hora en que el director terminaba sus faenas, para todas ellas irse sin ningún empacho a sus casas, robándole así una hora a la jornada laboral. Es así entonces que permanecía en soledad por un par de horas, a veces más, a veces menos, y trataba de aligerar el silencio haciendo sonar algún disco en la computadora, o prendiendo la televisión en algún canal cualquiera. De vez en cuando recibía la visita de Jaime, el conserje del edificio, que pasaba a recoger la basura acumulada durante el día. Había solo otra oficina en funciones en el piso cuatro, la cual era ocupada por un abogado quien, por alguna extraña razón, casi nunca hacia acto de presencia.

          Cierto día en el que estaba ya completamente solo, me atareaba en hacer copias de algún documento, cuando de repente escuché con claridad unas fuertes pisadas, como si alguien corriera en el pasillo. Detuve mi labor para escuchar mejor, pero al instante el ruido calló. Continué haciendo copias, pero pasados algunos segundos, oí claramente como si alguien hubiera entrado a la oficina. Al sentir la vibración de los pasos, me apresuré a salir del cuarto de copiado, mas no encontré a nadie, solo alcancé a ver fugazmente una sombra negra que atravesaba la puerta de lado a lado. Por un instante me paralicé, pero haciendo acopio de valor me dirigí a la puerta de entrada de la oficina, y grande fue mi sorpresa al darme cuenta que no había una sola persona ahí mas que yo. Cabe destacar que mi oficina era la última del pasillo, y si alguien hubiera entrado y salido de esta, le hubiera tomado algún tiempo llegar hasta el final del pasillo y perderse de mi visibilidad. Salí de la oficina, casi temblando, esperando encontrar a mi vecino el abogado en su oficina, pero mi horror aumento al darme cuenta que ese día, como de costumbre, no se había presentado a trabajar.


          Pasaron algunos días en los que intenté en vano olvidar lo sucedido. Sentía dentro de mí una pesadez enorme. Temía la hora del día en que me presentaría a trabajar, pero más temía el momento en el que me quedaría solo en la oficina. Al irse todas las personas, abría puertas y ventanas de par en par para aprovechar los últimos rayos del sol. También subía el volumen de las bocinas de la computadora al máximo para evitar oír cualquier clase de sonidos ajenos.


           Algunas semanas pasaron después del incidente sin que se volviera a presentar ninguna situación de sobresalto, pero cierto día me aconteció otro extraño suceso. Aquella vez me había presentado a trabajar muy de mañana y aún estaban presentes las otras cuatro personas que laboraban en la oficina. Tal vez por esta razón me sentí mas confiado que de costumbre, pero pronto me daría cuenta de lo equivocado que estaba. Me dirigí al baño, del cual solo los empleados del piso cuatro teníamos llave. Inexplicablemente en aquella ocasión mi llave se negaba a abrir el cerrojo, aun cuando era la llave que venia yo usando desde hacía tiempo. Era como si alguien me impidiera girar la chapa desde el otro lado de la puerta. Se me ocurrió que tal vez la llave necesitaba ser pulida un poco para poder usarla con más facilidad. Cuando por fin logre abrir la puerta, empecé a friccionar la llave contra la madera a fin de pulirla. Hube hecho esto por algunos segundos lo cual provocaba cierto ruido un tanto molesto, pero solo me detuve al escuchar que de uno de los cubículos de los sanitarios salía un sonido gutural, como un quejido, el cual me dio la impresión que hacía un gesto de desaprobación ante el escándalo que yo estaba provocando. Creí que alguna persona estaría dentro del cubículo, y al entrar yo generando toda clase de ruidos, había perturbado su tranquilidad. Me apené bastante y detuve mis acciones. Me acerqué al urinario e hice lo que tenia que hacer. Al acercarme al lavabo para lavarme las manos, disimuladamente voltee de reojo para tratar de darme cuenta quien estaba en el sanitario. Grande fue mi sorpresa al percatarme que no había nadie, ¡absolutamente nadie! Traté de mantener la calma y seguí lavando mis manos, cuando de repente escuche claramente un suspiro, el clásico suspiro de amor. Lo escuché fuerte y claro, como si alguien lo hubiera emitido justo en mi oreja. Volteé para todos lados buscando al emisor de tal sonido, pero al verme solo corrí rápidamente aún con las manos mojadas y enjabonadas. Regrese a la oficina pálido y con la boca seca, pero no lo comenté con nadie.


          Los días posteriores fueron un martirio, pues a duras penas me presentaba a trabajar Cuando finalmente recobre un poco la calma, comenté lo sucedido con mi jefe, el cual me instruyó para que no dijera nada ni a la secretaria ni a mis supervisoras a fin de no contagiarles mi miedo, y así lo hice.


          Unos días después, cuando Jaime, el conserje, se presentó para limpiar la oficina, le pregunté sin decirle nada de lo que me había ocurrido, si él había experimentado alguna situación fantasmagórica en el edificio. Por un instante se me quedó viendo a los ojos, sin decir nada, tal vez tratando de encontrar la mejor respuesta posible. Dijo que el nunca había vivido ninguna situación fuera de lo normal, y que si algo así le pasase, no volvería a poner pie ahí. En sus palabras noté algún titubeo, como si me estuviera mintiendo. También, el largo tiempo que se tomó para contestar me hizo dudar de sus palabras. Aun así, le comenté lo que había vivido, y esto le dio cierta confianza para aceptar que de vez en cuando escuchaba ruidos en pisos del edificio los cuales estaban completamente desocupados, pero por su propio bien, trataba de ignorarlos. Luego me contó lo que le había pasado no a el, sino a otra señora que también se desempeñaba como conserje. El edificio tenía un sótano el cual estaba habilitado como una bodega. Los conserjes bajaban ahí para abastecerse de todo tipo de enseres de limpieza. Cierta vez que la conserje había bajado ahí, ésta sintió que alguien había tirado de su cola de caballo con fuerza tal que la hizo desbalancearse. Mayúsculo fue su espanto al voltear y no ver a nadie, y al instante emprendió la rampante huida hacia la salida. – Me aseguró que sentía claramente a alguien corriendo detrás suyo – concluyó Jaime.


          Laboré en ese edificio por algún tiempo más, el cual se me hizo eterno. Tres semanas antes de fin de año, mi jefe me anunció que mi contrato terminaría y por razones de presupuesto no era posible mantenerme empleado. Fingí estar compungido, pero en el fondo respiré aliviado pues no volvería a pisar ese lugar nunca más. En mi último día de labores, me despedí de todos y caminé firme y decidido por ese largo pasillo. Bajé las escaleras sin miedo y no volteé a ver atrás.


“¿Cómo puedo estar loco, entonces?
Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.”
El Corazón Delator.


LA PASION

          ¡El futbol no es para mi! Pareciera yo estar negado a participar en cualquier conversacion que lo involucre. Si para el comun de las personas es facil opinar y conjeturar en conversaciones cuyo topico es la jornada de futbol de fin de semana, para mi cada lunes comienza un viacrusis y se presenta ante mi un misterio irresoluble, un profundo hoyo negro del cual no puedo ni siquiera asomar la nariz, pues al abrir la boca para opinar, solo obtengo gestos, miradas de desaprobacion y hasta burlas por parecerles mis enunciados cosas descabelladas proferidas por un loco que no se da cuenta de la realidad.

          Siempre es la misma funcion. Solo hace falta que alguien pregunte como quedo el marcador para tal o cual partido para que comience un debate sin fin en el que los participantes aseguran cada uno ser partidarios del mejor equipo, no solo de Mexico, sino del mundo entero. No puedo menos que sentir envidia ante tal conviccion y firmeza. No comprendo como es posible que todo mundo vea como algo evidente cosas que para mi estan vedadas.

          Para mis congeneres, el resultado de un encuentro es tan obvio que no hay necesidad de analizar nada, ni de filosofar ni especular. El triunfador sin duda alguna sera el equipo de sus amores, o en su defecto, el equipo de moda. Muy al contrario, ante mis ojos, el futbol no es mas que una formula matematica la cual se resuelve al establecer todas sus variables y aplicarlas para obtener un resultado. No puedo verlo de otra manera, mi mente es objetiva y racional. Es asi que me basta con formularme unas cuantas preguntas para con alto grado de certeza poder pronosticar el resultado de un encuentro.

           Mi metodo es simple. Pongamos un ejemplo para cada situacion: me pregunto si el equipo es visita o local, cual es su record actual, que lugar ocupa en defensiva y en ofensiva y que jugadores estan lesionados; sobre el portero, me pregunto si es seguro con las manos, si sabe jugar con el pie, si tiene buenos reflejos, si sale bien por aire, si es lider de su defensa, si acomoda bien sus barreras, si sale al despeje o en corto y si es habil en el mano a mano; para la linea defensiva, me pregunto si jugara con linea de 3, 4 o 5, si se jugara con laterales que tengan mas tendencia a defender o a atacar, si los centrales van bien por aire, si salen jugando o al balonazo, si se suman al ataque, si cometen faltas tacticas; para el eje medio, si jugara con 1 contencion o con 2, si los contenciones reparten el juego o se limitan a robar balones, si se jugara con volantes que vayan bien por la bandas o que les guste meterse al area y jugar por el centro, y si se jugara con un 10 que reparta balones; para los delanteros, si seran 1, 2 o 3, si rematan bien con el pie o con la cabeza, si ayudan en la recuperacion, si se abren por la banda, si gambetean o si retienen el balon. A todo esto hay que agregarle el peso que tiene la aficion del estadio, y el perfil psicologico del entrenador y el cuerpo tecnico. Si todo esto lo sumanos, restamos, multiplicamos y dividimos, se obtiene que el ganador sera X o Y.

          Mi metodo no debe ser tan malo, ya que en el presente torneo mexicano, pomposamente llamado de Clausura 2007, he promediado 6 aciertos de 9 en cada jornada. Si le sumamos a esto que mi posicion en la tabla general de futbol virtual del grupo reforma (gruporeforma.reforma.com/futbolvirtual) es 977 de 33,578, da como resultado que mis conocimientos de futbol sobrepasan los del 97.1% de los mexicanos.





Al no encajar bajo los estandares del aficionado comun, me siento atrapado en una paradoja, en una posicion privilegiada pero tal vez enganosa. Podria parecer que veo al futbol de forma fria y calculadora sin involucrar siquiera una gota de emocion, mas no se confunda el lector con mis palabras pues no hay cosa mas alejada de la realidad. Los dias previos a un partido son para mi como para un nino son las semanas previas a la navidad y cada variable resuelta de las antes mencionadas son como una pieza de rompecabezas que al encajar en el lugar correcto me producen una euforia indescriptible y una sensacion de logro. El juego es para mi como para cualquiera, un arcoiris de emociones y sentimientos. Soy como cualquier hincha que cada domingo deja en el soccer su pecho a tajos al ver rodar a la loca de doce gajos.


Entonces, quien disfruta mas del futbol, aquel que en su ignorancia lo observa como si se tratase de una ruleta rusa pero que con todo fervor espera el triunfo de su equipo, o aquel que ha pasado horas analizando cientos de factores para llegar a un pronostico. Aun busco una respuesta, y me parece que la busco en vano, pues simplemente es imposible poder medir el gozo que produce el deporte mas bello del orbe. Independientemente del cristal con que se mire, en un desborde cualquiera el alma de todos comienza a vibrar.