REPICARES

“Estoy soñando que llega mi muerte. 
Estoy soñando que veo la suerte…
Olor a almizcle. 
Lamo el Cristo de la Calavera. 
Torturado lloro su visión premonitoria”.

“El carnicero de Giles”, Los Fabulosos Cadillacs.

A mi abuela.


          ¡Ese maldito repicar! Todos mis intentos por callarlo durante la noche fueron inútiles. Lo sentía claramente en las entrañas como un golpeteo repetido. No dejó de atormentarme ni un solo instante. Era pausado pero inagotable, eterno. Aún más, a éste se le unió la voz en mi cabeza, al principio tan sutil que parecía un susurro, pero a ratos, ésta se alzaba tan potente que me parecía escucharla como un grito. — Muerte, muerte— se repetía sin cesar, y abajo, en las entrañas, ese golpeteo martirizante aunado a una terrible sensación de opresión.


          Lo presentí mucho antes, durante el día, el cual fue largo e intranquilo. A la noche, con un aliento de resignación, me marché a la cama. La muerte andaba cerca, se asomaba, me miraba y sonreía al verme atormentado por los repicares. — ¿Muerte…de quien? — me preguntaba al oír la voz en mi mente, mas solo acudía a mi el recuerdo de los más viejos de la familia, que por obvias razones tenían las mayores posibilidades. — No es posible — trataba de engañarme a mi mismo, y volvía a dormir, o al menos eso intentaba, ignorando esos infames repicares.


           Fue otra noche de insomnio como todas las noches, de dar vueltas en la cama, pero ahora había algo mas, esa sensación extraña justo en la boca del estomago y ese mensaje en mi mente. Horas después, creí haber vencido al insomnio, pero aun así oía el timbre del teléfono, en sueños, casi imperceptible. – ¡No lo levantes! – me dije, pues no quería escuchar las noticias que desde antes sabía. Pero repicaba sin descanso uniéndose a los repicares en mi mente y en mi cuerpo. El raciocinio me ordenaba levantarme, caminar hacia el teléfono y contestar, pero los influjos del Dios Morfeo lo impedían. Aun me impidieron oír los tres mensajes dejados en la contestadora. Una voz familiar, devastada por el llanto, que más que palabras emitía un sonido gutural. El segundo, la voz pausada de mi primo pidiendo la mas pronta comunicación. El tercero, la misma voz del primero, mi tía ya con la voz pausada, emitiendo un gemido inaudible, denotando varias horas de proceso de aceptación.


           Tiempo después volvía a timbrar. No estando ya en el sueño profundo, me levanté cojeando y me lleve la bocina a la oreja. Era mi tía pidiendo hablar con mi padre. En ese momento se aclaró todo. Lo supe ahí, pero lo sabia desde antes, lo presentí. La abuela se había ido y la muerte me había avisado mucho antes, durante el día a voces y durante la noche en sueños.


           — Muerte, muerte— se repetía sin cesar, y abajo, en las entrañas, ese golpeteo martirizante aunado a una terrible sensación de opresión. Hice caso omiso. No lo creí, lo negué por horas y horas, repletas de tinieblas, de voces, de golpeteos, de presentimientos y sobretodo de angustia. Llegó la mañana, y con ella llegaron los primeros rayos del sol. Fue entonces que la voz y el golpeteo cesaron.