LA MEDIANOCHE*

*Cuento autobiografico.
*Escrito en Abril de 2007.

          La oscuridad del camino no me impide reconocer a mi paso cada detalle como algo familiar. Durante el recorrido de 8 cuadras de regreso al hogar, recorro el campus que para esta hora encierra un silencio sepulcral, solo oigo mi respiración y el retumbar de mis pasos, mi vista reconoce cada imperfección del asfalto, cada ladrillo, cada piedra, cada gato callejero que me sale al paso. Casi son las 12, y me espera una noche larga en mi pequeño departamento de la calle Schuster.


          Al llegar al hogar, lo primero es tomar las sobras de comida de la tarde, la cual no probé por estar ausente, como cada día. Están frias, pero acepto lo que sea para mitigar el hambre. Arroz con frijoles o cualquier guisado con totopos. Cuando se ha comido poco en el día, el camino se siente largo y tortuoso, y no lo es tanto si por lo menos se pudo cenar alguna sopa instantanea, que calienta el estomago, pero no deja de ser un repugnante batido tipo melcocha.


          No obstante haber dormido poco la noche anterior y haciendo recuento, haber dormido poco durante todo el semestre, en ésta noche no se vislumbra alguna mejoría. Falta terminar alguna tarea, leer páginas de libro, resolver ecuaciones, escribir documentos. Faenas extenuantes que invariablemente me quitan el suenio. Siempre hay algo por hacer a la medianoche.


          Hoy regresé antes de las 12 a la casa, pero hay veces en que es necesario estar hasta las dos o tres de la maniana en el campus. Me hago la ilusión de que lograré dormir un poco mas que ayer, pero se que no será así. Después de terminar mis tareas nocturnas, me espera una pelea con la noche, una ardua lucha por conciliar el sueño. Lo he intentado todo: suplementos de melatonina, somníferos, música relajante. Al final, vuelvo a caer en lo mismo. Despues de revolcarme por varias horas, de repente abro los ojos a las tres o cuatro y me doy cuenta que no he logrado dormir por mas de una hora, y me quedo con la mirada fija al techo, oyendo cada movimiento del minutero. Finalmente sin darme cuenta logro pegar los ojos, pero casi siempre es demasiado tarde, pues esto sucede ya casi para amanecer.


          A la maniana hay que levantarse temprano. Lo hago rápidamente. No pienso en motivos, solo lo hago. Al recorrer mis primeros pasos del día, emito algún sonido lastimero que me hace recordar esa vieja lesión del tobillo que nunca llegó a sanar. Desayuno cualquier cosa y me preparo un sándwich de jamón y queso que me ayudará a estar alerta en el día. Hay que apresurarse a llegar a la primera clase. Me esperan exámenes, quizzes, presentaciones, prácticas, laboratorios, y una miríada de conocimientos.


          Después de clases trabajo seis o siete horas, a veces pierdo la cuenta. El trabajo no es tan duro, pero el simple hecho de estar en la oficina me provoca una sensacion de encierro. Pronto darán las 11 con 30, y me tendré que enfilar de regreso al hogar. Atravesaré de nuevo el campus, con su silencio sepulcral. Los mismos gatos callejeros me saldrán al paso, mi vista reconocerá cada imperfección del asfalto, cada ladrillo, cada piedra...Al llegar a las escaleras casi darán las 12, y me esperará una noche larga en mi pequeño departamento de la calle Schuster.

MEDIA SONRISA*

“Primer amor de mi vida…distancia,
que no pasó del intento.
Primer poema del alma…distancia,
Que se ha quedado en silencio.”
Alberto Cortez

*Cuento autobiografico.
*Escrito el martes, 13 de Septiembre, 2005.

Para JVK.

          Estaba tan ensimismado pedaleando en la bicicleta estacionaria que no me percaté cuando ella se acercó a mí. Escuché súbitamente su voz y, debo confesarlo, su aparición tan repentina me sobresaltó un poco. Su persona me pareció irreconocible, pero esto no debió sorprenderme ya que en años recientes había pensado lo mismo cada una de las veces en que por casualidad la encontraba por ahí. Esta vez, al tenerla tan cerca, se reforzó en mi la idea de que se había convertido en otra persona, en alguien diferente. Era como si la hubiese dejado de ver por muchos años y ahora ni aún siquiera teniéndola a centímetros de distancia la pudiera reconocer. Pero la verdad es otra. La seguí viendo, aunque fuera esporádicamente, en el campus, en los antros, en la calle, de forma siempre imprevista.

          – Hey, hola –, me dijo, ostentando esa media sonrisa que solía aparecer cuando estaba un tanto nerviosa. Sin embargo no atiné a decir palabra. Lo que es mas, ni siquiera me moví, solo mis piernas seguían pedaleando de forma autómata. Mis ojos permanecieron fijos en ella y pude notar su sorpresa por mi inmutación. Luego se acercó para darme un beso a manera de saludo. Yo cual si estuviera hecho de madera o de cualquier materia inerte, permanecí estático por unos momentos que me parecieron muy largos. Al fin pude recuperarme y romper mi estado de estatua humana para acercarme a recibir el beso.

          Hecho esto la observé fijamente de nuevo y la creí otra, diferente a la que conocí. Tan segura en su andar, en sus palabras… y tan delgada. Paradójicamente, al mirar sus ojos de frente creí reconocer su mirada de antaño, infantil e inocente, y creí también reconocer a la de antes, a la de mirada ávida, de hablar nervioso y de media sonrisa. Tal vez en el fondo siga siendo esa niña un tanto insegura de mis recuerdos.

          La de ayer fue una plática trivial, nerviosa y breve:

          — ¿A que hora vienes?—
          — Casi siempre a esta hora —, respondí.
          — Ah, entonces tal vez venga mas seguido a esta hora —.

          Hoy fui al gimnasio a la misma hora. Entré y ahí estaba, sobre los tapetes azules. Titubeante me acerqué a ella, “Hey, hola”, le dije. Recibí como respuesta su media sonrisa.