Autorretrato: El Hondo Sueño*



Pero tanto sofoco en el vacío
cesará. Gozaré de apariciones
que atajarán el vergonzante empeño

de henchir tu ausencia con mi desvarío.
¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!


Jorge Guillén.



          *Cuento autobiográfico.
          *Escrito en Abril de 2010.

          De pronto me encontré a mitad de la calle, una calle larga que parecía no tener fin, y gris, gris como cenizas. Al observarme a mi mismo, me di cuenta que toda mi ropa era oscura, al igual que mi piel. En el ambiente flotaba una negrura como de eclipse. Me siento ansioso y mi respiración se agita cada vez más. A lo lejos sobre la acera, distingo a Ro, Ka, Mb, Pt y Cy. Todas forman un círculo y charlan entre sí. Cruzo la calle para unírmeles. Las noto tranquilas. Es tanta su serenidad que me desespera, casi me lleva a la rabia. Ellas parecen no percatarse siquiera de mi presencia, excepto Ro, que hace una pausa en la charla para mirarme fijamente a los ojos, pero al tiempo vuelve a la conversación con las demás.

          Aun estando ellas presentes, siento como si estuviera completamente solo en ese mundo grisáceo y opaco. De pronto apareces tú, querida M, saliendo de la nada como un espíritu, y te unes al círculo que ellas forman, pero nadie te ve. Me doy cuenta de ello pues ni siquiera voltean el rostro para saludarte. Te noto tranquila y radiante. Rayos de luz son los que salen de tu blusa amarilla como el sol, hacia los cuatro puntos cardinales.

          Todas participan de la conversación. Todas hablan menos tu, pues nadie puede verte. Solo yo te veo, clara y radiante frente a mí. Desesperado, trato de comunicarles a ellas que tú has llegado, pero mis intentos son vanos. Me observas con un dejo de ternura. No dejas de irradiar paz, la cual cae en mí como un bálsamo.

          Ahora que tú estas estoy más tranquilo, y así me doy cuenta que ellas sabían de antemano que vendrías, pues desde un principio habían dejado ese espacio libre en su circulo para que al regresar lo ocuparas. Entonces me acerco a ti, te hablo pero tú permaneces callada. Te hablo sin parar, mas tú, querida M, solo me observas, tranquila y serena. Las demás me ven como si me hubiese vuelto loco, pues para ellas pareciese que le hablo al viento.

“Recuerdas esto”,  “Recuerdas aquello”,  “¡Recuerdas!”,  “¿Recuerdas?”.

          Y tú solo me observas, con tu pupila perfecta. Por fin me callo, y sin palabras me haces saber que ya te marchas. Extiendes tus brazos para abrazarme, y como un niño me acurruco en ti. Me prendo muy fuertemente a tus brazos de los cuales parecen salir brillantes astros luminosos. Una dulce luz inagotable me envuelve y desaparece la ansiedad y la angustia de antes. Ahora todo es paz.

          De forma repentina un tremendo impacto me arroja lejos de ahí, lejos de ti. Abro los ojos y distingo mi lámpara, mi mesa de noche, mi ropa tirada en el suelo. ¡Que vacío me he quedado, que vacío tan profundo! Vuelvo a cerrar los ojos deseando volver a ti, deseando no estar aquí en esta cama, deseando haberme ido contigo, deseando morir en tus brazos de luz durante el hondo sueño.