LA ZURDA

          En un intento desesperado por aniquilarnos, y quedando un minuto de juego en el cronómetro, el equipo rival lanzó un globito a mi área de penal buscando que alguna cabeza lo rematara a gol. El marcador era desfavorable para nuestra causa, con un 7 a 8 a favor del FC Troyanos en la liga dominical de Indoor Soccer, ASTROS de Cd. Juárez. Cuando vi el balón acercarse, salí de mi área chica con toda la potencia de mis piernas, y de un salto me apoderé de él, quedando a centímetros de la línea de cal. Rápidamente salí de manos con mi zaguero central, el cual en un contragolpe voló hasta el campo contrario y desahogó con el winger. Este tomó el esférico y de un ágil recorte dribló al último defensa, quedando frente a frente al portero en los linderos del área grande, con un arco a merced para anotar el tan ansiado gol del empate. El portero rival no salió a achicar, y era inevitable la caída del arco Troyano. A la vez que el winger hacia el movimiento para rematar, el defensa se rehizo y de forma desleal, lo barrió por detrás cayendo de forma estrepitosa al suelo. Las protestas por parte de los compañeros del hombre caído no se hicieron esperar, amén de la retahíla de insultos vociferados desde las gradas por las novias y uno que otro amigo de los jugadores, los cuales conforman un pequeño grupo de seguidores del FC Gallos Negros.

          El árbitro hizo sonar su silbato a la vez que se llevaba la mano al bolsillo. De éste sacó la tarjeta preventiva la cual mostró al deshonesto defensa. El colegiado decretó un tiro libre, y mientras colocaba la barrera a la distancia reglamentaria, me sentí impulsado a dejar mi portería y correr hacia la zona de conflicto. Tome el balón con mis manos y lo coloqué en el punto donde se cometió la falta. Ismael, el delantero titular, comprendió mi intención de cobrar el tiro. Aun así, me coloqué detrás como si fuera a ser Ismael el que lo cobraría.

          En un instante, todo se hizo calma. Ismael me vio de reojo y casi leyéndome la mente, finto que tiraría directo a gol, pero de forma sorpresiva, toco el balón hacia su izquierda, el cual rodó lentamente y quedó a unos pasos de mí. El silencio sepulcral que reinaba en el recinto me hizo darme cuenta de la importancia de esta jugada. El gran esfuerzo que habían hecho mis compañeros seria un total desperdicio si no lograba mi cometido. De pronto recordé por todo lo que habíamos pasado para llegar hasta ahí.

          El equipo de futbol que había fundado con varios de mis queridos amigos de infancia pasaba por una de sus peores crisis en su corta historia. Su antigüedad de un año se veía amenazada con cortarse de tajo. Un par de jugadores titulares habían dejado al equipo en esa misma semana por irse a buscar la vida a otras sierras del mundo, dejando al equipo en desamparo. Se hizo frente al partido de la segunda fecha con lo que se tenía a mano. Como era de esperarse, el equipo fue humillado durante el primer tiempo con un marcador de 7 a 2.

          Durante el primer tiempo, mi banda izquierda fue una avenida sin restricciones de ida y vuelta para los contrarios. Iban, venían y gambeteaban a placer. Mis defensas no lograron nunca tomarle la medida a los delanteros rivales. En una desafortunada jugada, Yorsh se comió una finta y dejó que el delantero me rematara a quemarropa. El tiro salió potente al ras del suelo hacia mi costado izquierdo. Intenté detenerlo con un lance, pero solo logré rozar el balón y éste se incrustó en mi arco. En otra jugada vergonzosa, Heber le regalo el ángulo interno al delantero, el cual casi sin ángulo, remató justo afuera del área grande. Rocé el balón con mi guante izquierdo, pero al igual que en la jugada anterior, el esférico fue a dar al fondo de la red.

          El equipo se fue al descanso del medio tiempo totalmente derrotado. Yo salí de la cancha tratando de buscar un poco de paz. Al pasar entre las gradas, vi como los seguidores rivales me veían con aire triunfal, y mis propios seguidores con lástima. De regreso en el campo, vi a mis compañeros con la mirada perdida deseando que terminara pronto el encuentro para parar esa masacre. Llamé a mis compañeros y formamos un círculo. – No son mejores que nosotros. No nos están ganando por méritos sino por lo que estamos dejando de hacer nosotros. Hemos pasado por encima de rivales más fuertes. No nos van a ganar. Somos mejores. Vamos a remontar –.

          Con nuevos brios comenzamos el segundo tiempo. Se podía ver la ira en nuestros ojos. Al primer minuto de juego, Ismael tomo un rebote casi en media cancha, y remató con fuerza increíble para que el balón pegara en el poste y lo hiciera vibrar fuertemente. El esférico se fue al fondo de la red después de pegar en el poste. El sonido de metal despertó a la tribuna la cual nos alentaba a levantarnos. Ese fue el primero de los goles que conseguimos en el segundo tiempo a base de lucha y coraje, hasta que logramos estar a un solo gol de distancia del rival.

          Durante el segundo tiempo, defendí mi portería luchando como gallo de pelea. Detuve todos los disparos que me mandaron excepto uno. Me lancé, me revolví, me hinqué. Ahora, al final del encuentro, era mi turno luchar por el equipo como delantero y no como portero. Debía cobrar ese tiro libre con destreza. Nunca antes en el año de vida del club lo había hecho. Aun más, confieso que soy pésimo en tal empresa. De cualquier manera me sentía obligado a hacerlo, siendo yo el capitán del equipo, tenía que resanar mis fallas cometidas durante el primer tiempo.

          El portero rival había colocado 3 hombres en su barrera, los cuales bloqueaban todo su flanco izquierdo. Por ende, intentar rematar hacia ese lado era casi imposible. Al igual lo era intentar librar la barrera por arriba. La única manera de lograrlo seria en dos toques, moviendo el balón hacia el costado derecho del portero, aunque esto implicara rematar hacia donde éste se encontraba y esperar que no lograra reaccionar a tiempo.

          En un instante, todo se hizo calma. Ismael me vio de reojo y casi leyéndome la mente, finto que tiraría directo a gol, pero de forma sorpresiva, toco el balón hacia su izquierda, el cual rodó lentamente y quedó a unos pasos de mí. La hinchada guardó silencio de manera sepulcral. Era momento de pegarle al balón con odio y rencor, con toda la fuerza de mis músculos y nervios que estaban sedientos de meta. El esférico me quedo a perfil zurdo. Siendo mi perfil menos hábil, me di cuenta que llevaba las de perder, pero era la única oportunidad. La barrera no logró reaccionar a tiempo y no se movió de su lugar. Golpeé el balón con mi pierna zurda, el cual salió disparado con fuerza portentosa. El portero reaccionó a destiempo, y aunque se lanzó desesperadamente, solo logró rozar con la yema de los dedos el balón, el cual después de besar el travesaño, se incrustó en el ángulo superior derecho del arco para dar lugar al grito de “goool” en el lugar.

          Los seguidores Troyanos, los mismos que durante el primer tiempo coreaban “oles” y aplaudían cada jugada de su equipo, no daban crédito a lo que veían sus ojos. Nunca se imaginaron una remontada de tan increíbles proporciones. Su única reacción fue el silencio. La hinchada del glorioso equipo Gallos Negros rompió en júbilo y algarabía, pero yo no logré escuchar ningún sonido. Solo sentía el palpitar de mi corazón, el cual había sido el autor de ese gol, un gol en el aire, un gol blanquirrojo. El partido terminó en empate a ochos, pero paradójicamente, sería en empate con sabor a gloria para unos, y a derrota para otros.